El P. General, Adolfo Nicolás SJ, ha estado en la Provincia de Aragón visitando Valencia, Gandía, Fontilles y Zaragoza (27-30 octubre, 2010) con ocasión de la clausura del V Centenario del nacimiento de San Francisco de Borja (28 octubre, 1510)

CONFERENCIA DEL P. GENERAL en el Centro Pignatelli: “Reconciliación y envío a las fronteras”


PRESENTACIÓN
(Luis Úrbez, Director del Centro Pignatelli)

Queridos amigos, queridos familiares, queridos compañeros de camino en la misión de la Compañía de Jesús en estas ciudades de Zaragoza y Huesca. Tengo el gusto de presentaros al P. Adolfo Nicolás, Superior General de la Compañía de Jesús desde el 19 enero del año 2008. No pretendo abrumaros ahora con fechas y datos de su vida, porque es hombre de larga e intensa trayectoria. Sólo apuntaré algunos pasos de su biografía, y esbozaré brevemente ciertos rasgos de su ser y de su obrar que lo acerquen un poco más a aquellos que quizás le conozcan menos.

Palentino de origen, nacido en Villamuriel de Cerrato en una familia de cuatro hermanos varones en 1936, es antiguo alumno de los colegios jesuitas de Roquetas y de Areneros en Madrid, donde, siguiendo los gloriosos títulos de antaño, tengo entendido que fue dos veces “Príncipe”, príncipe sin reino, de su promoción. A los siete años de su ingreso en la Compañía fue destinado al Japón donde se ordenó de sacerdote en marzo de 1967. Tras hacer el doctorado en teología en la Universidad Gregoriana de Roma, vuelve al Japón como profesor de la Universidad Sophia de Tokio, hasta que en 1978 le nombran Director del Instituto Pastoral de Manila, en Filipinas, un centro de renovación conciliar en el oriente asiático. Vuelto a Japón en 1984, ocupa diversos cargos de gobierno, y cuando deja de ser Provincial colabora unos años en un centro diocesano de acogida de inmigrantes viviendo en un suburbio de Tokio hasta que en 2004 le nombran Presidente de la Junta de Provinciales de Asia Oriental y Oceanía. Y fue elegido Superior General de los jesuitas en la última Congregación General el 19 de enero del 2008, en una ceremonia precedida de cuatro días de oración y de intercambio por parte de los 217 electores jesuitas venidos a Roma de todo el mundo.


De lo apuntado hasta aquí, se puede intuir que Asia ha sido para el P. Adolfo Nicolás, como él mismo gusta decir, un verdadero desafío en muchos aspectos. El encuentro con un mundo distinto al europeo que pone en cuestión lo que hasta entonces le había parecido normal. La necesidad de reformular la fe en otras costumbres y en otras culturas. La imperiosa urgencia de aceptar la diversidad. Y, sobre todo, de estimarla como una manifestación de progreso. Se acrisola desde entonces la sensibilidad de un hombre dialogante y abierto, constructor de puentes entre religiones y culturas, y también, por qué no decirlo, de fina diplomacia. “Lo fundamental de nuestro diálogo -son palabras suyas- no deben ser las ideas, los sistemas o los conceptos, sino la gente. Ser persona es estar en diálogo permanente.

Aseguran, quienes han convivido con él, que es un hombre de honda conciencia social y que toma la realidad no por el valor aparente sino por el valor sopesado. Profundo y sencillo a la vez, es heredero de la llaneza castellana. Propenso a la escucha y amigo de la transparencia, porque, como aprendió en Indonesia, con una espiritualidad transparente, lo bueno que llega se va comunicando a los demás y lo malo que llega pasa sin dejar rastro.

Querido P. General, ha sido usted a lo largo de su vida peregrino por tierras y culturas, estoy seguro de que seguirá siéndolo en su despacho de Roma, porque como usted bien dice y practica. “El ser peregrino es una actitud del corazón”. Nos alegra mucho su presencia entre nosotros, P. Nicolás, y quiero agradecerle de antemano las palabras que va a dirigirnos a continuación sobre un tema tan vital para nuestra misión y tan cercano a su propia experiencia personal como es “La reconciliación y el envío a las fronteras”. Seguro que serán un estimulo ilusionante para todos nosotros. Gracias, de nuevo, y bienvenido sea de veras a esta tierra que llaman de María Santísima.


CONFERENCIA DEL P. GENERAL

Cada día me asombro más de la imaginación que tienen los jesuitas. Gracias por la presentación llena de benevolencia y de imaginación.

Acabo de asistir a una pequeña reunión en el Seminario de Investigación para la Paz. Es siempre impresionante ver a personas colaborando en los temas que realmente importan. Y la paz es quizá el tema más rico, más prometedor y más amplio para una investigación continua (como me ha dicho uno de ellos). Es siempre una investigación en camino, no hay término, porque la paz es un concepto sumamente dinámico, que nos lleva adelante.

Me da mucha esperanza ver que todos ustedes participan de las distintas obras y preocupaciones, de la misión en la que los jesuitas se encuentran envueltos. Les agradezco su presencia aquí; es una oportunidad de decir algo de lo que pienso y eso, para los que hemos vivido en enseñanza, siempre es una oportunidad que agradecemos. Espero que en este proceso, que esta tarde ha comenzado ya hace un buen rato, pueda yo también aprender de lo que ustedes han vivido, siguen viviendo y siguen buscando en su vida.

1. Reconciliación

El tema de la reconciliación sería más para que lo trataran ustedes, y los del Seminario de la Paz, que para tratarlo yo. Como ustedes mismos he visto que están escribiendo, la realidad del mundo en que vivimos es una realidad en disgregación continua y progresiva. La paz, que tendría que ser un concepto que se explica a sí mismo, no lo es. Parece que los conflictos no surgen sólo porque somos personas distintas, sino que surgen porque nos vamos apegando cada vez más a intereses y privilegios personales, de grupo, de nación… De hecho las relaciones más básicas entre nosotros, quizá también dentro de nosotros, no son del todo sanas. Y aquí grupos como los del Seminario de la Paz nos pueden ayudar a clarificar cuáles son las raíces últimas de los conflictos en que estamos metidos.

En la última Congregación General (a la que entré inocente y de la que salí culpable) se habló bastante de la necesidad de reconciliación hoy, en nuestro mundo, como una de las prioridades en las que tenemos que estar implicados, y de la necesidad de crear puentes (“pontífices” son los que hacen puentes) en un mundo donde nos vamos separando, según que los privilegios van echando raíces o se van desarrollando. De hecho, como decía la Congregación, nuestras relaciones han perdido la armonía: nuestras relaciones con Dios, con los demás, con la naturaleza (todos sabemos lo que está pasando con el medio ambiente, con la ecología), con los pobres, con la mujer, con los niños. Por todas partes estamos viendo el problema: un deseo de controlar, de dominar, en último término de ponernos en el centro de la creación.

En los países desarrollados, esta enfermedad se está viendo en los sectores humanos más frágiles: los ancianos, los niños, los inmigrantes, los sin papeles, y en todos los campos la mujer; siempre es la parte más frágil de una sociedad, la que está más amenazada. Yo he vivido muchos años en Japón, y en los últimos veinte años nos hemos encontrado, con gran consternación, con el fenómeno de criminalidad infantil: niños matando a otros niños, y además como hechos repetidos. Tanto que algún obispo japonés ha dicho que cuando la parte frágil de una sociedad (serían los ancianos, que en Japón, porque pertenecen a la tradición confucionista de Asia, han sido siempre objeto de respeto y de gran atención, y hoy día sin embargo se les está tratando mal: en algunos sitios ha habido asesinatos de ancianos por parte de grupos de muchachos que han bebido y encuentran por la calle a un sin techo y deciden darle una paliza; y también asesinatos de niños) es tratada así por una sociedad, es que esa sociedad entera está enferma. No es un juicio sobre Japón, es un obispo japonés hablando de su situación, y diciendo que aquí hace falta un mensaje muy profundo y muy vital para salir de esta situación, que no es nada sana.

Esta disgregación se da también, y en primer lugar, diría yo, en cada uno de nosotros. No podemos señalar a nadie. Se da dentro de nosotros, seamos o no conscientes de ello. ¿Por qué estamos preocupados y por qué estamos involucrados en el trabajo pastoral de parroquias, en el trabajo educativo de colegios, en el trabajo social? Porque todos estamos luchando con los conflictos que llevamos dentro de nosotros mismos. Quizá la raíz última de la falta de paz es que nos falta la paz dentro. Esta disgregación se da también dentro de nosotros.

Por eso la dinámica fundamental es siempre experiencia – evangelio (que nos dice que es posible cambiar, mejorar) – misión (porque esa posibilidad de cambio es algo que se puede compartir con los demás). Es una dinámica que va de dentro afuera, en una continuidad total. Tiene que empezar dentro. Algunas veces, en mis visitas a distintos países, me preguntan: Los religiosos ¿no deberían ser la voz que clama en el desierto y decirle a la Iglesia lo que no va bien? Yo digo que a lo mejor sí, pero que primero tenemos que convertirnos nosotros mismos. Primero tenemos que hacer creíble nuestro testimonio, nuestra vida, y cuando tengamos esa credibilidad, podremos hablar a los demás. Siempre es: experiencia – evangelio – misión.

Precisamente porque nosotros mismos hemos necesitado reconciliación y hemos recibido la liberación de un evangelio que habla sobre todo de curación, de perdón, de reconciliación, podemos a lo mejor hablar a los demás. Si perdemos de vista que nosotros necesitamos esa reconciliación, será muy difícil ser creíbles hacia fuera.

Toda religión profunda busca esta curación interior, que llamamos reconciliación. Por eso, en la primera Fórmula de nuestro Instituto, de la Compañía de Jesús, se dice que entre los servicios que hace un jesuita está la “reconciliación de desavenidos”. Hablando con el equipo del Seminario de la Paz, decían que les preocupa tanto la paz en Camboya o en Asia, como la paz en casa de los vecinos. Esto es lo que está en la Fórmula de nuestro Instituto: reconciliar a los desavenidos, dondequiera que sea. Nos fijamos más en los países, pero desavenidos hay entre nosotros, a veces con más frecuencia de lo que pensamos. En la última Congregación General, la asamblea general que tuvimos los jesuitas hace dos años, se ha expresado esta misión de una manera más explícita que nunca en nuestra historia. Como decía antes, con términos como “la misión de reconciliación”, el “crear puentes”, para que haya comunicación, para que sea posible acercarse unos a otros.

Incluso la filosofía más clásica buscaba este tipo de sabiduría. Hace poco estuve leyendo un artículo (no se asusten: también leo) sobre Pitágoras, uno de los grandes filósofos, como Platón, en una línea mucho más integrada que lo que hoy entendemos por filosofía. El autor decía que cuando Pitágoras se acercaba a una población, corría la voz: “¡Eh, que viene Pitágoras! Pero no viene a enseñar, viene a curar”. Esta es la labor de la filosofía. Platón habla de ella como algo que nos enseña a vivir mejor, no a especular. Y lo mismo se diría de la teología: el evangelio es cómo ayudarnos a vivir mejor, no es imponer nada a nadie, es ofrecer una posibilidad. Yo creo que tenemos que recuperar esta vuelta a la salud total. Necesitamos curación, necesitamos reconciliación, necesitamos recuperar esa unidad que hemos perdido. Como saben, a los primeros cristianos a veces les llamaban “terapeutés”, los que sanan, y no por los milagros, sino porque cuando un mensaje religioso es auténtico y profundo, trae una salud interior que nos ayuda a todos. Si no viene esa salud, hay algo que no hemos sabido comunicar, algo que no funciona. Pero a los primeros cristianos se les llamaba curadores, los “terapeutés", sin necesidad de buscar nada extraordinario, sino simplemente porque el evangelio es realmente ponernos en contacto con las fuentes de la salud profunda.

Al reformular nuestra misión en estos términos por lo tanto, no estamos empezando nada nuevo, sino que estamos enlazando con la mejor tradición espiritual de lo religioso. Antes estábamos comentando en el Seminario de la Paz que, parece ser, hace tres mil años, mil antes de Jesucristo, empieza todo un proceso espiritual que culmina entre el s. V y el s. III a.C. En un proceso de buscar, y la gran búsqueda de los sabios de China, de India, de Israel (los profetas), de Grecia, es cómo hemos de hacer para reducir el sufrimiento humano, cómo podemos hacer para reducir los conflictos, la violencia, la guerra, todo lo que trae sufrimiento y aumenta el sufrimiento de los demás. Esa es la pregunta religiosa original. Cómo podemos hacer para que en este mundo haya más paz, menos mal, menos sufrimiento, menos alienación, menos confrontación. Más paz. La paz tan rica del “shalom” bíblico.

2. Fronteras

Es en este contexto donde entra el lenguaje de las fronteras. El contexto de la gran necesidad que tiene nuestro mundo de encontrar un camino de unión dentro de la diversidad. La diversidad es un hecho, y un hecho positivo. Yo he vivido en gran diversidad y cada vez que me he encontrado con un mundo distinto ha sido un reto, no fácil (no hay que echarle miel a la realidad), difícil, pero sumamente enriquecedor. Precisamente porque nos hace cuestionar lo que dábamos por supuesto. Y lo que dábamos por supuesto, no se puede dar por supuesto, porque cada cultura tiene su manera de integrar la experiencia humana, de responder a distintos retos y a distintas situaciones y ocasiones, como saben los que han estado fuera de España.

En 2008, en tiempos de esta asamblea general a la que me he referido, el Papa nos envió a los jesuitas de nuevo a las fronteras de la evangelización. Como acabo de decir, yo he vivido un tipo de frontera, cultural y geográfica. Japón está bastante lejos, Filipinas, también. Es una frontera visible, cultural y geográfica. Pero hay más en la palabra frontera. Creo que hay mucho más.

El mundo está lleno de retos, áreas difíciles o sumamente exigentes, problemas que impactan a la gente en muchas partes del mundo. Ejemplos de ello son la evangelización en sus distintas formas, la ecología, las diferencias económicas, etc. Dentro de esto, un conjunto de retos formarían lo que se llamaría una frontera. La frontera indica el extremo adonde nos cuesta llegar, porque se abre a un mundo nuevo, o a los bordes de la humanidad, donde ya el sentido común empieza a fallar y necesitamos respuestas nuevas o una búsqueda nueva; situaciones humanas, lugares, problemas, donde toda persona de buena voluntad sabe que se necesita hacer algo, pero nadie sabe exactamente qué. Ahí está la frontera. Todos sabemos que ahí hay un problema, que hay que hacer algo, que hay que renovar, que hay que cambiar, pero no sabemos cómo: ésa es una frontera.

Cada frontera tiene un contexto geográfico y cultural, que le dan un tono y un color específico. Por ejemplo, hemos dicho que la evangelización es un reto, puede ser una frontera; estamos buscando ahora, dentro de la Compañía, cuáles son las fronteras que determinan nuestras prioridades y me está llegando, por ejemplo de África, que hablan de la evangelización en contacto con pueblos indígenas, en Europa de evangelización en el contexto de una secularización dominante, masiva, en Estados Unidos de evangelización en contacto con personas que se han separado de la Iglesia, que son muchísimas, no es un caso aislado, son muchos y eso crea una frontera nueva, que al menos reta nuestro trabajo evangelizador. El contexto en que se da la frontera determina mucho, en lo concreto, de cómo se va a desarrollar nuestra misión.

Hay también fronteras humanas, no solamente geográficas, como estamos experimentando en estos tiempos de globalización, que va de la mano con dinámicas de exclusión. Y esto crea unas fronteras humanas. Antiguamente, los pobres eran los pobres, los míseros, que pedían limosna por las calles y no tenían dónde dormir. Hubo otra época en que los pobres eran el proletariado. Hoy día son los excluidos, y hay muchísimos. Hay grandes campañas para ponerles el caramelo en la boca y luego dejarles sin más caramelos. Compañías que regalan por un precio mínimo un ordenador, pero luego a ver quién compra el “software”, que es donde hacen dinero, porque es carísimo. ¿Qué hacen los pobres? Reciben el ordenador, se les abre un mundo de ilusiones, y luego no pueden entrar; ahí viene la piratería, que alguno decía que es la autodefensa de los pobres, frente a la imposición de un mundo así. Esto crea fronteras humanas nuevas, que vemos desarrollarse y aparecer continuamente.

Hay también fronteras de profundidad, que quisiera subrayar, prácticamente en todos los campos.

Nosotros los jesuitas hemos estado comprometidos desde hace 460 años con la educación. La educación hoy día se ha convertido en una frontera. ¿Por qué? Las ciencias están avanzando, la neurobiología nos está diciendo datos nuevos sobre cómo funciona y se desarrolla el cerebro de un niño, y eso nos crea una nueva frontera en la educación: cómo educamos hoy. Hoy no podemos educar como cuando yo fui a la escuela, porque hoy sabemos más de cómo funciona el cerebro. Hoy sabemos más de qué pasa a un niño a los 4 años, que hay un cambio en el cerebro; y a los 7, que hay otro cambio; y a los 11 sobre todo, que hay otro cambio. ¿Cómo acompañar a los niños, cuáles son sus necesidades en cada época? Porque los niños tienen ya su programa de desarrollo, los padres no se tienen que preocupar mucho de adónde van, después de miles de años la evolución ha dejado ahí un programa en todos nuestros cerebros. Muchas educaciones están forzando el cerebro de un niño para que entre en el aro, para que entre en la vía estrecha, y muchos niños se resisten. En países como Japón el número de “drop-outs” (niños que no pueden seguir el curso, se ponen enfermos físicamente) aumenta continuamente. Eso no es problema de un niño, es problema de un sistema que ha entrado en una frontera y no lo quiere reconocer. Hay que responder de una manera nueva a una nueva manera de ser niño. Porque el niño ahora tiene nuevas posibilidades y se está abriendo a nuevos campos.

Lo mismo pasa en el campo de la salud, en las parroquias, en las universidades, etc. Son fronteras de profundidad, que nos obligan. Por eso seguimos comprometidos en el campo de la educación, porque tenemos ahí fronteras. Si la educación fuera fácil, si fuera solamente repetir lo de siempre, los jesuitas nos podríamos retirar. Pero queremos seguir, los jesuitas y todos ustedes que estén en la educación, porque ahí hay un reto, un desafío profundo.

Esas son las fronteras donde tenemos que estar. Lo fácil lo puede hacer cualquiera, en lo difícil es donde nosotros tenemos una misión y una vocación. En el campo del servicio social, de la ciencia, de la familia… ¡La familia! La familia está siendo ahora una frontera de profundidad. ¿Cómo se vive hoy en familia? No como cuando yo era pequeño, que los domingos teníamos que jugar al parchís, porque es lo que le gustaba a mi madre, y además con huéspedes que no me gustaban mucho, y nos teníamos que aguantar el domingo allí. Hoy día los niños ya no resisten eso.

3. Estar en las fronteras

Las fronteras han tocado una cuerda muy sensible en toda la Compañía de Jesús. El lenguaje de fronteras es un lenguaje muy popular y en todas partes todo el mundo habla de fronteras. No solamente en la Compañía de Jesús, yo veo también a otros Generales de otras órdenes hablando de fronteras, porque es un término que ha usado el Papa, hablándonos a nosotros, pero es un término simbólico muy inspirador, por tanto ha sido muy bien acogido.

Pero a pesar de todo siguen siendo lugares difíciles. Mi problema sería cuando las fronteras se nos hagan fáciles y las usemos para todo, entonces no sirven para nada. Llamamos frontera a todo y perdemos la dificultad de la frontera. La dificultad de la frontera está en que no sabemos y hay que poner allí toda la carne en el asador. Siguen siendo lugares difíciles, desprotegidos, a la intemperie, sin caminos trazados, a riesgo de la propia seguridad y de toda clase de malentendidos en los centros protegidos y tradicionales. Por eso el Papa nos llama allí. Yo creo que el Papa es consciente, y espero que nosotros lo seamos también, de que si vamos a las fronteras, vamos a tener muchos problemas. Porque vamos a aprender el lenguaje de las fronteras, que no entiende el resto de la sociedad.

Cuando hablamos de esto, les digo a los jesuitas que, si vamos a las fronteras, tenemos que aprender tres lenguajes: el lenguaje de fuera de la frontera, para poder hablar con la gente que está allí; el lenguaje de dentro de la frontera; y luego el lenguaje del centro. Tres lenguajes, que son totalmente distintos. Yo reto a los teólogos jesuitas a que, si quieren escribir un artículo puntero, lo hagan en los tres lenguajes. Tres artículos, no uno. Y verán lo difícil que es.

Frontera, por tanto, es una de esas palabras que se escuchan con gusto y se digieren con amargor. Es como la Palabra de Dios en el A.T., donde dice: “¡Come! Dulce a la boca, pero amarga en el estómago”. La palabra frontera necesita para mí la ayuda de otros dos términos. Hablo dentro de nuestra tradición jesuita, y creo que la mayoría de ustedes entienden y pueden hacer la traducción a su contexto. La palabra frontera no es una palabra solitaria, que se define a sí misma. La palabra frontera no define nuestra misión, sino solamente dónde nos quiere Dios y la Iglesia: donde haya sufrimiento, dificultad, retos acumulados, donde no sabemos exactamente qué es lo que se puede hacer.

Pero hay otra palabra que necesitamos: el “horizonte”. Vamos a la frontera y desde allí tenemos que definir cuáles son nuestros horizontes, qué es lo que nos inspira, lo que nos guía. Y el horizonte para nosotros es claramente el evangelio, el evangelio de Jesús. Vamos a la frontera y desde allí queremos saber qué hacemos, quién nos inspira, quién está a la raíz de mi mismo caminar hacia la frontera. Vamos a las fronteras mirando el horizonte; nunca fronteras sin horizonte, nunca horizonte sin fronteras. Fronteras porque allí nos llama el Señor. Su horizonte, porque de él sacamos la luz y la orientación para nuestro trabajo en las fronteras.

Un tercer término viene con la pregunta: ¿Cómo se vive en las fronteras, cómo estamos en las fronteras? La pregunta crucial para todo servidor del evangelio es precisamente ésta: ¿Cómo estar en las fronteras? ¿Qué es lo que la Compañía de Jesús trae a estas fronteras? Yo diría dos contribuciones específicas. Una, el horizonte que nos da el evangelio y que expresa nuestra fe en el reino de Dios, que nos invita a comprometernos en esta situación bajo la inspiración de Cristo. Y la otra es el método ignaciano, la manera de vivir que nos dio S. Ignacio. Una tradición en la que hemos crecido, una tradición que hemos recibido y que queremos hacer nuestra. Una manera de proceder fiel al ímpetu original de los Ejercicios Espirituales, que muchos de ustedes conocen, y a las formulaciones de las distintas Congregaciones Generales que han ido determinando nuestra manera de vivir.

La frontera indica las situaciones-límite, donde la humanidad o la Iglesia necesitan un servicio. El horizonte nos marca la dirección y la orientación básicas. El método ignaciano nos dice cómo movernos, cómo funcionar, cómo servir, o cómo discernir.

Ayer estaba en Fontilles, que está en un momento de cambio porque la lepra ya no es una enfermedad definitiva, sino que ha sido ya superada por el tratamiento. La M. General de las Franciscanas, que han trabajado en Fontilles con los jesuitas durante 100 años, hablando de la colaboración entre las dos congregaciones, decía que cree que las franciscanas han aprendido de los jesuitas un “discernimiento sereno”. Eso es lo que San Ignacio nos ha querido dejar, un discernimiento sereno.

Ir a la frontera, vivir en la frontera, sabiendo discernir. Con el horizonte del evangelio, pero sintonizado con el Espíritu, para que haya una dirección interior, una manera de actuar, una manera de vivir, una manera de responder. Podríamos decir una manera de estar contemplativa y profético-ignaciana, que nos permita ver como Dios ve. Eso les preocupaba mucho a los profetas del A.T. y le preocupaba mucho a S. Ignacio. Ver como Dios ve. En una de las meditaciones más importantes de los Ejercicios, se trata precisamente de imaginar a Dios mirando al mundo. Por tanto tratar de captar qué siente Dios ante un mundo que está disgregado, separado, cada uno va por su lado y hay guerras, sufrimiento, penas, etc. ¿Qué siente Dios frente a ese mundo? Eso es lo que S. Ignacio quiere que nosotros sintamos. Ver como Dios ve, sentir como Dios siente, hablar como Dios habla y servir como Jesús ha servido.

El profeta no es solamente el que habla. Muchos creen que ser profeta es hablar y hablar en voz alta. El profeta primero entiende, siente profundamente, y entonces actúa. Pero primero sus entrañas se han revuelto y ha visto el mundo de otra manera. Ha sentido el mundo de otra manera. Es un proceso de visión total, movimiento interior, y luego una misión, que naturalmente es una misión compartida. Todo comienza dentro y fluye hacia fuera con gran fuerza. Ésa es la fuerza del profeta. La experiencia interior fluye hacia afuera, y fuera se encuentra con otras fuerzas parecidas; entonces es cuando surge la fuerza profética.

El profeta reconcilia y promete un mundo reconciliado. Las dos cosas: el profeta habla de reconciliación y promete un mundo reconciliado. Y da energía para trabajar por ese mundo reconciliado. Las tres cosas. El profeta que solamente habla es irresponsable, falso profeta. El verdadero profeta habla y promete, hace ver, deja ver un mundo distinto y comienza ya a celebrar la esperanza de que ese mundo va a ser realidad. Las tres cosas hacen falta: testimonio, promesa y celebración. Hay alegría, porque si no hay alegría nos agotamos. Un compañero, director de un Centro Social en Tokio durante muchísimos años, en los últimos años, desde hace unos quince, ha pensado que en ese Centro se necesitaba un poco más de espiritualidad. En América Latina los teólogos de la liberación hablan de espiritualidad. ¿Por qué? Porque en la acción social, el problema de las fronteras es que es agotador, te agotas. En el mundo se habla hoy de “charity exhaustion“, el cansancio que viene de tratar de responder a los retos que encontramos en nuestro mundo. Y mucha gente, con muy buena voluntad, con grandes deseos de ayudar, se agota. Porque son tantas las necesidades, tantos los problemas a los que queremos responder, que nos quedamos sin energía. Este compañero en Japón decía que incluso los no cristianos necesitan esta energía. Y para no cristianos empezó a tener sesiones de espiritualidad. Para dar energía, para poder seguir sirviendo, y sirviendo con esperanza y con alegría, porque si no se sirve con alegría, no sirve.

Aquí entra la dinámica profética, que no es la del que echa todo por tierra. La profecía es un mundo nuevo, lleno por tanto de entusiasmo, de dinámica, de energía. Y esa energía hay que cultivarla, hay que celebrarla, hay que promoverla, dentro y fuera de nosotros.

Como les decía antes, ahora estamos en la Compañía de Jesús tratando de hacer un mapamundi de fronteras. Esto de las fronteras no es fácil y no podemos desde Roma decidir cuáles son las fronteras del mundo. Hay que pedir que las comunidades jesuitas, o colaboradores, vean cuáles son los retos, las fronteras, en cada continente, en cada parte del mundo. Estamos a medio camino, haciendo un mapamundi de las fronteras, a partir del discernimiento de las conferencias de Provinciales. Cada conferencia de Provinciales sigue un proceso, consultan a las comunidades, un proceso largo que nos está llevando un poco de tiempo, pero que yo creo que lo necesitamos y no puede ser dictado a priori. Es a partir de estas prioridades que podremos discernir y determinar y planificar un poco mejor nuestro servicio. La experiencia nos ha enseñado que hace falta planificar. No nos gusta planificar, preferimos hacer lo que nos sale del corazón, pero mi experiencia también me dice que, si no planificamos, los primeros que olvidamos son los pobres. Terminamos que no podemos ayudar a los pobres, porque estamos tan ocupados ayudando a los otros, a los que nos conocen, a los que nos piden… Los pobres están callados, no nos piden mucho. Para cuando necesitan algo, resulta que ya estamos muy ocupados y no podemos. Eso es parte de una planificación que mira la realidad.

También los jesuitas de España están ocupados en esto. Ya saben que en España hay ahora un proceso encaminado a hacer una Provincia única. Y han hecho unos documentos previos donde tratan de analizar la realidad. ¿Qué retos, qué fronteras encuentran los jesuitas en España? Solamente mencionarlas: El pluralismo ideológico y cultural de España. España nunca ha sido monocultural, pero ahora muchísimo menos, y no hay ninguna región monocultural. Cataluña no es Cataluña, tiene cantidad de inmigrantes de todas partes, es pluricultural. Y también el País Vasco, y Asturias, y Galicia, y Andalucía, hasta las Canarias. Y Japón, donde la ideología japonesa se creía que era monocultural, por eso no necesitaban extranjeros; hoy día ya no lo pueden decir, la Iglesia católica se ha duplicado en número, pero con filipinos, y brasileños, y peruanos. El individualismo resultante, que no está exento de discriminación; esto es un reto, que nos pone en situación de frontera. La diversidad de culturas nacionales, ya dentro del país. Un cierto resurgir de lo religioso y lo espiritual, que es verdadero también en todo el mundo. El mundo de la marginación y la exclusión, los inmigrantes, los jóvenes, la familia, el mundo científico. Estas serían fronteras de profundidad. Este tipo de análisis lo están haciendo en todo el mundo; como veis, hay que hacerlo muy en concreto: en España, dónde están las líneas de demarcación difíciles, donde todos sabemos que hay que hacer algo, pero no está claro que es lo que tenemos que hacer. Ahí es donde tenemos que poner una nueva forma.

Y naturalmente, para poder responder a este tipo de fronteras, necesitamos profundizar cada vez más en algo que ya está pasando, gracias a Dios, que es la colaboración con todos. Estos retos y fronteras no son nuestros, son situaciones abiertas donde todos viven, se mueven y sufren. Y que nosotros recibimos como llamadas del Señor a servir. Y con nosotros, todos los que tienen corazón. ¿Por qué la colaboración es ahora un tema tan importante en la Iglesia? Todos los grupos religiosos, todas las empresas de evangelización, todos lo proyectos, hablan de colaboración. Porque ésta es la manera normal de vivir. Y es la manera normal como Dios responde a las necesidades de los hombres y de las mujeres, de la humanidad. Dios responde suscitando en el buen corazón de muchísimas personas de toda clase una colaboración que hace posible el servicio. Yo diría que la misión es demasiado grande para que sólo los jesuitas puedan trabajar. Es mucho más grande de lo que los jesuitas pueden hacer. Si nosotros nos miramos y vemos nuestras fuerzas…, pero ahí viene la colaboración, y la colaboración multiplica nuestras posibilidades. Tenemos que trabajar juntos en todos estos retos, porque juntos nos enfrentamos con los dolores y sufrimientos de la humanidad. No podemos dejar la respuesta a estos problemas a un solo grupo humano, sean políticos, religiosos, o lo que sea. Tenemos que abrirnos a la colaboración de toda persona que tenga corazón.

En Valencia, o en Gandía, hablé de un símbolo, y parece que se olvidaron de la conferencia, y se quedaron con el símbolo. El símbolo que se han tomado algunos grupos de dinámica de servicio para el mundo moderno, es la jirafa. Porque la jirafa es el animal que tiene el corazón más grande, pesa 5 kg., porque tiene que echar sangre hasta la cabeza, y la visión más alta. Por eso lo han tomado como símbolo, porque nos dice dónde podemos colaborar nosotros y ayudarnos mutuamente. Con mucho corazón, pero también con mucha visión. Hace falta mucha visión para poder integrar lo que la investigación de hoy nos dice, lo que nos dice la ciencia, la pedagogía, la pastoral, con gran corazón y gran visión, porque si no, nos perdemos en fuegos artificiales.

Por tanto los jesuitas contamos con todos los que participen de la preocupación por estas fronteras, por vivir más humanamente, más como Dios quiere que viva la humanidad, por superar situaciones de conflicto, manipulación de lo religioso, servicio de intereses privilegiados de tipo económico, político, religioso. Estamos en tiempos muy difíciles, en los cuales necesitamos una gran libertad de espíritu y un gran espíritu de colaboración, dejando de lado esos pequeños problemas de dignidad personal, de si me reconocen o no, si me entienden o no… Eso es totalmente secundario. Los problemas que tenemos son tan grandes, que no podemos perder el tiempo en ese tipo de distracciones.

Contamos por tanto con todos. En Australia lo expresaron muy bien los jesuitas, cuando hace unos años celebraron los 150 años de la entrada de los jesuitas allí; solamente había 160 jesuitas, pero el eslogan de las grandes pancartas era “Una misión para 2.000 personas”, porque el número de colaboradores era 2.000. Los jesuitas somos un pequeño grupo, pero es contando con todos ustedes y con todos los que participen en la misión, como se pueden hacer muchas cosas.

Quisiera terminar agradeciéndoles su presencia, su interés en estos temas de misión, de frontera, y su colaboración. La colaboración pasada, presente y futura. Muchas gracias.


PALABRAS FINALES DEL DIRECTOR DEL CENTRO PIGNATELLI

Muchas gracias, querido P. General. Esta ciudad tiene por símbolo un león orgulloso y rampante, a ver si tenemos suerte y lo convertimos en jirafa. Gracias por estas palabras que ciertamente nos invitan a ir hacia esas fronteras, que a veces no hay que llegar muy lejos, como Ud. muy bien decía, para encontrarlas. Están cerca. Las tenemos entre nosotros. Pero sí es una mirada que concebimos como acogedora, como interrogante y sobre todo, como nos ha hecho ver, como ilusionada. Esto, en nuestro tiempo, es muy necesario, ver al mundo con buenos ojos y no con ojos oscuros.

Muchísimas gracias, al P. Adolfo Nicolás. Lo voy a despedir de una manera que es tópica, pero que nunca lo he dicho con tanta certeza como ahora. Vuelva cuando quiera, porque ésta es su casa.